domingo, 27 de mayo de 2012

PRIMERA FASE: NEGACIÓN.

 
Lo sospechaba, pero no quería creerlo. Mil señales por doquier me avisaban de que no escaparía de la criba. Desde hacia meses la realidad de la empresa era tozuda y se empecinaba, con su “ERE que ERE”, en comerse a sus hijos, como un viejo Saturno novísimo con corbata y todoterreno.

No, no podía pasarme a mí, yo que había amaestrado mi rebeldía, que me había adaptado al férreo sistema, que había jurado la bandera del bienestar, adocenado ya con dúplex cerca del trabajo y percebes terciados los viernes. Yo que había relegado a poses estéticas mi marxismo y que disimulaba más que ocultaba, porque se sabían –renegar es un verbo imperfecto, al menos en éste caso- mis convicciones.

¿Acaso no era yo el qué además de llevar las cuentas de proveedores y pagos, se encargaba de contabilizar los éxitos y fiascos de las demás sociedades de la familia, con mayor o menor pericia pero con altísima dedicación? ¿Cómo podría ser que prescindieran de aquel que no tenía horarios, que prestaba su coche, su tiempo libre y lo que se me hubiese pedido en favor de la Empresa? Sí, Empresa, con mayúsculas, cuando no la Casa. También aprendí el lenguaje subvertido que se usa en el mundo empresarial.

¿No fui yo al que se me encomendó ser el recadero que llevará los documentos con el que mi presidente, amo, dueño y señor nuestro, compró la mayoría de las acciones de la sociedad? (pasemos ya a las reales minúsculas) ¿No era esa suficiente prueba de confianza que, a pesar de las molestias que me ocasionaron, dejaban ver a las claras la intimidad que se depositaba en mí?

¿No era yo el que retiraba el dinero para hacer los pagos por caja, el que acudía a los bancos que no entretenían a mi director? ¿No recibí yo, como la mayoría que no la poseía, la insignia de la empresa en aquella ceremonia de celebración del treinta aniversario y la lucía en la solapa de la chaqueta del traje? ¿No era ese valioso hombrecillo de confianza que toda empresa debe tener? No, todos lo éramos, todos seleccionados, moldeados, perfeccionados y, porque no decirlo, bien pagados, para así poder superar nuestros cada vez más relativizados escrúpulos. La competitividad y el ánimo de lucro requieren esa clase de compromisos, esa especie de patrioterismo a pequeña escala.

Diez años y dos meses. Diez años de “don y señor”, tratamientos alcanzados con turbias mañas. Diez años de vil obediencia, de pequeñas adulaciones, de graduaciones en tiralevitas, de felpudo laboral, de corbata y cuello duro, de zapato lustrado y pelo bien cortado. Diez años de miedo a que se malinterpretara cualquiera de mis gestos, o alguna desafortunada palabra u opinión que sonará a desleal, por parte del “rojillo” amaestrado. Diez años de chistes y chascarrillos en la sombra. Diez años votando en blanco, como triste modo de protesta, en unas manipuladas elecciones sindicales, donde sólo se presentaba un sindicato vertical al que nadie estaba afiliado. Diez años de oído duro y miope vista ante las chulescas maneras que los vástagos herederos exhibían, primero como visitantes y más tarde ocupando los más significativos puestos ganados por vía vaginal. Al fin y al cabo aquello era el reino de su padre y todos y cada uno de nosotros sus súbditos.

Como amaestrado, y ejemplo a seguir, era nuestro amado director. De pasado algo sospechoso, de posicionamiento "sociata" moderado, defensor del libre mercado, de rictus casi siempre rígido y comportamiento sibilino, al que alguien alguna vez describió como cardenal florentino, y que, tras ayudar a fundar la empresa, había participado, con fidelidad canina, en todas las satrapías que al fin y al postre terminaron por enriquecerlo. Aplazó sine die su jubilación para echar una mano, como él argumentaba con los subordinados. Para desarrollar el ERE, como le decía a visitas y necesarios colaboradores.

No, no podía pasarme a mí. No podía pasar que recién llegado de las merecidas, pero cortas vacaciones –exactamente llevaba un par de horas en mi puesto- fuera yo al que llamara mi superior inmediato, el director, el cardenal florentino, el ejecutor del orden y valedor de la disciplina interna, para recitarme el manido discurso tantas veces ejercitado, con menos solemnidad y más llaneza, por ser yo quien era, y anunciarme mi despido, con veinte días de indemnización según las clausula para tal efecto que tenía el expediente de regulación firmado por los representantes de la empresa, etc.

Pues sí, me pasó a mí y a muchos excelentes compañeros. A mí y a mi camarada Enrique, tan “rojillos” y tan atléticos, que ambas especies se extinguieron en el reino. Ocho meses hace ya de esto, diez meses desde que publiqué por última vez en el blog, donde vertía opiniones y daba rienda suelta a mi imaginación, donde ya advertí, un año antes (enlace), lo que se me venía encima con la reforma laboral de Corbacho y Zapatero, aquellos humoristas que resultaron ser lo que eran, aprendices de brujo comparados con las actuales hienas. Escribía con cierto relajo sabiendo que en la corte no suele leer estas cosas.

Según Natalia, mi compañera, aún no lo he superado, y así ando con poca fe en el trabajo que realizo, en los hombres y mujeres que se autodenominan empresarios o empresarias, en la finalidad última de cualquier trabajo, en definitiva en la lealtad recíproca en las relaciones laborales. Y tiene razón la presidenta de la república de mi casa, por lo que he decidido hacer terapia de escritura, empezando a reseñar, como puedo, las fases que ya creo haber recorrido del duelo del despido que cambió mi vida. Primera fase: negación.

P.D. Porque mis esperanzas de volver al reinito se han esfumado, que si no, de qué iba yo a escribir esto.

domingo, 31 de julio de 2011

OTRA VEZ JULIO.

No se cena mal en el Guipuzcoa. Ubicado en el antiguo recinto ferial de la Casa de Campo de Madrid, en uno de los antiguos pabellones de la Feria del Campo, aquella que acercaba a los madrileños a las bondades rústicas, las costumbre agrícolas y ganaderas de todas las regiones de otra España, en espacio y tiempo. La misma feria que despertaba en mi madre nostalgias de infancia dura y añoranzas de terruño.

En el Guipuzcoa si decides que vas a consumir sidra sólo tienes que agenciarte un vaso apropiado que hay en una mesa supletoria enfrente de la mastodóntica barrica y servirte a discreción. Fue en uno de esos viajes cuando le vi. Atildado, seco, con el resto del naufragio de su pelo peinado hacia atrás, estirado el ralo cabello al límite de su resistencia y rematado en graciosos caracolillos que adornan su nuca.

Allí estaba, acompañado de una mujer y otra pareja, diferentes pero iguales. Él debió percibir mi mirada furibunda y desde luego escuchó el comentario que hice al llegar a mi mesa. Allí estaba, cincuentón de gimnasio, ocupando el espacio inmediato a mis espaldas, haciendo viajes para escanciar sidra, estirado, con un rictus en los labios que le confieren un aire de roedor. No pude más que sentir la rabia añeja al recordar su gestión al frente de la Consejería de Sanidad, el trato que recibió el Doctor Montes y su equipo médico, los fondos y las formas, acorazadas por un despliegue de medios informativos dóciles, mansitos e incondicionales.

Pasada la rabia inicial -y al hilo de la subida de tono que los comentarios en mi mesa se iban produciendo- pasé a la indignación. Nos acordamos del antiguo portavoz del Gobierno de Aznar que calificó de nazi al médico del hospital de Leganés. Recordamos a Urdaci, los hilillos de chapapote de Rajoy, del 11-M, y de todo lo que amenaza con volver, con su incólume revancha. El Papa en menos de un mes, Camps y los trajes, Gürtel por aquí y por allá, los sueldos de Cospedal. Tampoco nos olvidamos de la bipolaridad nacional, de La Tercera por llegar, de los indignados de este mundo que heredarán la tierra calcinada por la codicia y los botes de humo.

Analizamos, con más sidra y proyectos de gin tonic, las excusas de los desertores, los que cambian seguridad por libertad y que terminan volviendo al redil cuando les han levantado la camisa con sus artes de buenos gestores. Nuestros necesarios agentes sociales, empresarios del pelotazo, privatizadores del aire y unos sindicatos de opereta que no movilizan pero salen en las fotos.

Cuánto peor, mejor. Ni cuerpo que lo resista. El Sur aún queda lejos, más que la China, y septiembre se postula para desarrollar expedientes de regulación de empleo en oferta. Los parados son sospechosos de fraudulentos vampiros de las arcas del estado y los bienpensantes desertores entonan el “Gracias Dios mío por no haberme hecho emigrante, gitano o minusválido” en una adaptación hispánica de Baudelaire.

Me despido de la sidra y del Guipuzcoa, poco a poco, como voy haciendo con todos mis tics pequeño burgueses, con las barbas remojadas y repasando los principios del comunismo de guerra.

Los oyes. Dicen que ahora, por fin, nacerá la confianza. Nacerá en los mercados, en las empresas, poco a poco, ya verás, te instan como si tu incredulidad fuera fruto de la idiotez, como zombis llegados de la vieja vida. Hablan del mercado como si de un primo lejano se tratase o del vecino al que nunca le pedirías sal. Todo el mundo ya sabe de clasificaciones, discuten con desparpajo del diferencial de la deuda alemana como lo hacen del barça o del madrid.

Los otros, los que han sido meros comparsas del desatino universal, nos convocan a elecciones un 20 de noviembre. No me queda ya baba para que se me caiga ante tal ocurrencia, ante la enrevesada consigna y creo oír voces que me llegan desde la Puerta del Sol: “¡Qué no nos representan, qué no!”

En mi pueblo son la oposición, ahora más leal oposición que nunca y su número dos de la lista ha pactado con el eterno alcalde, a espaldas de su partido y de sus votantes, su sueldo para los cuatro próximos años. Trescientos cincuenta euros al mes, eso dicen. Al cambio actual, treinta monedas de plata en total, menos la comisión. Y ella se llama Verónica pero no presta el manto a nadie.

Otra vez julio y sus convulsiones.

jueves, 23 de junio de 2011

ENCUENTROS. ELKA.





Siempre empieza de la misma manera, con un mensaje en el contestador de la recepcionista de la agencia para la que trabajo. Una voz, femenina, que sospecho debe estar respaldada por una persona, y que se dirige a mí con un alto grado de complicidad aunque nunca nos hayamos visto: te ha llamado el rarito. Más tarde me indica que los pormenores del servicio me los envía por correo electrónico.

Mientras espero que se desperece el ordenador pienso que sí, que aquel cliente es peculiar, pero no mucho más que los demás. Sus rarezas, en todo momento, habían sido mucho más inocentes que las de otros que, detrás de sus status y sus impolutas imágenes, esconden perversiones incómodas, cuando no humillantes, a la vez que antihigiénicas. Él, el rarito, hasta ahora, se ha comportado en extremo educado, asaz atento, siempre limpio y pulcro, tanto en su aspecto como en la forma de conducirse. A todas estas virtudes siempre ha unido la de la generosidad, y a la minuta que la agencia le cobra ha añadido una generosa propina, que me entrega con impostado descuido, complementando mis ya de por sí feraces honorarios. No es atractivo, quizás lo fue en algún momento de su vida y no tiene aspecto de cuidarse en extremo, aunque ya está en una edad en donde debiera considerarlo. Exige que sea yo, Elka, y no otra, la contratada, y bien sé que lo hace por mi aspecto juvenil, casi aniñado. Puede ser que le guste fantasear con niñas; no es el primero, ni será el último. Pero sus acciones guardan algo de candidez.

En nuestra primera cita fuimos al cine, a una sesión vespertina, a ver una película de vampiros llenos de hormonas, muy del gusto de de los adolescentes de ahora. Quizás por ser día de diario, o también por lo inusual de la hora, la sala estaba casi vacía; algunas parejas de jovencitos con aspecto de haberse saltado las clases y nosotros. Ocupamos dos butacas de una de las últimas filas, lejos de la salida. Para aquella ocasión me exigió uniforme escolar. Menos mal que entre las pocas compañeras que conozco hay una madre cuya hija acababa de terminar el bachillerato en un reputadísimo- y nunca mejor dicho- colegio de monjas.

Durante los anuncios comerciales y los avances de las próximas novedades cinematográficas se dedicó a hablarme en voz baja, de nimiedades tales como lo cómodos que eran los asientos o lo saladas que estaban las palomitas que había comprado. Se le notaba algo nervioso, excitado, y si nos rozábamos, podía notar la vertiginosa velocidad a la que palpitaba su corazón.


Al comenzar la película pasó un brazo por detrás de mi hombro y empezó a acariciarme descuidadamente, como si cada aproximación a mis senos, fueran más una conquista del disimulo que la producida por el deseo.

A mitad de la película todo había acabado. La carne se destensó en cuanto decidí ser participativa. Después se instaló entre nosotros esa incomodidad viscosa que yo ya manejo con destreza, y que sin embargo ningún pañuelo de papel puede borrar, la de la derrota del tiempo varado en alguna ley física.

Con la excusa de sus ansias de fumar abandonamos el cine antes de que los protagonistas del film, sedientos de sangre, hubieran terminado su líquida cena. Para mi sorpresa me llevó a merendar a una hamburguesería. Me dio dos de cien y se despidió hasta la próxima rogándome que fuera buena, que siguiera tan guapa y que no me metiera en líos. Noté que se sentía en la obligación de decirme algo, de ser cortés en todo momento.

Un sonido de campanilla procedente de mi ordenador me avisa. Leo el mensaje. Esta vez le ha debido costar una pasta pues me ha contratado para aproximadamente 12 horas. Pide que lleve atuendo de excursionista, e imprescindible, ropa interior cómoda de algodón estampada con caricaturas u otros motivos juveniles.

Motivos juveniles. Deduzco que la recepcionista está entrenada en transmitir fantasías o que el cliente se ha aplicado para que sus deseos queden claros.

Rebusco entre mi variado vestuario lo exigido en el mensaje: me salen al paso, más que me encuentro, unas botas de trekking; también tengo unos calcetines gruesos de lana, que junto a las botas dispongo en una pequeña mochila. Añado un pantalón vaquero, un short cortísimo del mismo material, una camisa de cuadros, una camiseta de tirantes y un jersey. Sé, más que sospecho, que iremos al mismo lugar que la otra vez, nuestra segunda cita y, aunque estemos en pleno verano, en la sierra suele refrescar por la noche. En cuanto a la ropa interior me es fácil encontrar un conjunto de braguitas y sujetador, obviamente de algodón, estampado con caricaturas de Hello Kitty, que ya he usado para una despedida de soltero del hijo de un empresario local de la construcción.

No sé que me espera en ese caserón serrano donde estoy segura que me llevará. Suerte que esta vez no ha pedido, como en aquella ocasión, el vestido ibicenco sin tirantes que al parecer tanto se llevaban en los ochenta del siglo pasado, y suerte, también, que mi tía no tira nada, y debo usar la misma talla que ella usaba entonces.

La experiencia ya adquirida por nuestros contactos hace que no me invada el mismo desasosiego de entonces, cuando de la mano me llevó a la parte trasera de la casa, donde estaba un tendedero repleto de sábanas blancas, gastadas por el uso, y bragas y calzoncillos enormes, y del mismo color, aunque más amarillento ¡En qué sosas se puede fijar una!

Acababa de caer la noche y refrescaba. La conversación fue parca y convulsiva y el tono de voz era idéntico al que usó en el cine. La piedra de la pared contra la que me apoyó estaba fría. Las mismas pulsaciones y la misma entrecortada respiración. Agradecí el contacto de su cuerpo cuando mi escote bajó y mi falda subió para encontrarse con éste a la altura de mi vientre hasta convertirse en un todo a modo de faja. La misma torpeza en las caricias aunque con menos disimulo y el mismo final, viscoso, fatigado e invadido de ausencias.

Esa vez no hubo hamburguesería. Una vez recompuestas nuestras figuras entramos en la casa, a la cocina, que ocupaba una gran parte de la planta baja; me encontré sobre el hule de una mesa, unos platos de embutido artesanal, una botella de vino sin marca y dos vasos.

La conversación, durante aquella cena rústica, fría y austera, fue en un grado más madura que la vez anterior. Caí como una idiota cuando a sus preguntas le conté que estaba a punto de acabar mis estudios superiores. Lamenté al instante aquella confesión de principiante, la torpeza al romper la regla de oro de no involucrarse para nada con el cliente. Cada uno jugaba su papel y nunca es conveniente salirse de él.

Pero el mal, si llega a serlo, ya está hecho. En un par de horas me esperará en la misma esquina céntrica, dentro del mismo coche, ambos disfrazados de excursionistas.

lunes, 25 de abril de 2011

EL LADRÓN DE RECUERDOS




- ¡Hay que joderse con tu primo! A la rubia le ha contado, como si fuera suya, la historia de nuestro viaje a Asturias. Le ha recitado todos los detalles, hasta que el perro se cagó en el coche como si el coche y el perro hubieran sido de su propiedad.

Mi primo tiene el don de la palabra. Le veo rodeado de chicas, siempre tan atentas cuando lo traigo al barrio. Apoyado en su silla está Juanlu, único varón que no desentona entre su feligresía femenina.

- …Y esta mañana a Antonio le ha relatado, con pelos y señales, lo de aquella francesita. Vale que la ha cambiado la nacionalidad, que en su versión es belga, y el sujetador era malva y no negro. Y que en vez de quedarse enganchado en mi pulsera fue en su reloj y que no fueron sus tíos sino sus padres los que le pillaron con una mano debajo de la camiseta y sin poder sacarla… La mano. No me mires así, y no te rías, ¡joder! Y que al final tuvo que ser la propia madre de ella la que, con toda naturalidad, me liberara la mano y de paso mi honor ¡Pero qué coño madre, si era su tía! Al final me lía hasta a mí. Lo mejor es que Antonio ya lo sabía, ya se lo había contado yo unas cuantas veces.

No me río. Sonrío. Sonoramente, con ese ruido que provoca el aire al salir por la nariz. Escucho las quejas de Luis. No sé por qué hoy le ha dado por ponerse puntilloso. Conoce a mi primo desde hace tiempo. Sabe de sus manías y de sus formas. Hasta hoy nunca le han molestado. Será por airear una de sus múltiples y engordadas anécdotas ante el mujeril público. Pero su decoro está a salvo, ninguna de ellas se ha percatado de la suplantación.

- No me hagas mucho caso. La verdad es que el jodío tiene su gracia contándolo. Yo no lo haría igual ¡Anda! que éste cuando se juntara con tu tío Ricardo debía ser la repanocha.

No tengo ningún recuerdo de “éste” con mi tío Ricardo. Si recuerdo a mi tía Asun con mi madre y conmigo cuando íbamos a visitarlo. Víctor ocupaba aparatosamente la mayor parte de aquel lúgubre salón. Mi tía Regis, su madre, siempre a su lado, colocándole ora la camisa ora el flequillo del pelo. Mi tío Demetrio, su padre, siempre silencioso, ausente, intentando por enésima vez, a la mortecina claridad del tragaluz, acabar un “ocón de oro”, mientras mi primo nos contaba historias del pueblo u otras de la vida cotidiana. De otra vida cotidiana. Historias que todos más o menos sabíamos y que no nos atrevíamos ni tan siquiera a matizar. Cuando yo intentaba decir algo recibía un pequeño empellón o una mirada conminatoria, cuando no un pellizco que me impedía desenmascarar a mi primo.

- ¡Seré gilipollas! Oye, perdona, se me ha ido la cabeza. La verdad es que a veces me asombro de lo mezquino y egoísta que puedo llegar a ser. Ya sabes que es sólo un pronto. Ahora que lo pienso me siento fatal.

Sé como te sientes, Luis. Sabré yo de mezquindades y egoísmos. De mirar hacia otro lado y de acordarse, sólo y de pasada, en navidades y cumpleaños. De Eloy siempre estudiando o haciendo deporte, según excusaba mi tía Asun, que a su vez nos detallaba por enésima vez la dificultad de convivir con el moderno eremita en que se había convertido mi tío Ricardo. El resto de la familia argumentando lejanías, otras cercanías, cosechas, siembras o la esclavitud de la ganadería.

- ¿Y qué dices que le pasó a tu primo? No sé si alguna vez me lo has contado.

No, nunca te lo he dicho. También en esto mi primo se adueña de otros recuerdos. Cuenta que fue con una moto, en una recta cerca de Chinchilla, él que lo más lejos que ha llegado es a Toledo. Otras veces confiesa, sin ningún rubor, como siendo niño se cayó de una torre de alta tensión, a la que se había subido con unos amigos, o el mal calculado salto que desde su impostado trampolín realizó en una soleada mañana de agosto. Malos recuerdos que se le adhieren por los pasillos de la residencia y que luego asimila, deglute y expulsa a los cuatro vientos como si fueran suyos. Supongo que será menos aburrido un accidente o una travesura que una enfermedad congénita, el paralís del que mi tía habla con otras desconocidas en las tediosas salas de espera.

- Luis, ¿me acompañas a llevarle a casa?
- Sí, claro, no tengo otra cosa que hacer, así por el camino le cuento lo de cuando me echaron del colegio.

Agradezco como propio el regalo que Luis le va a hacer. Yo empujaré, como siempre, la silla en silencio. Oiré de nuevo la historia de uno y me volveré a sentir algo cautivo al ver la expresión del otro.

Regreso pensando que quizás fuera gracias a aquellas veladas, de café y pastas Cuétara, cuando comprendí la importancia de los silencios. Los silencios que mi madre, mis tías y mi tío se auto imponían cuando hablaba mi primo. Pero sobretodo mi propio silencio, que al romperse podría haber mermado la poca felicidad de Víctor, el ladrón de recuerdos.



miércoles, 23 de marzo de 2011

LOS OLVIDADOS DEL ORFA

Hay que tener mucho valor para volver a bajar la cuesta, esta vez la del recuerdo, que lleva a la entrada del Orfanato Nacional de El Pardo. Hay que haber sido alumno de aquel lugar para saber que se sentía al hacerlo cuando éramos niños. Alfonso Gutiérrez V. ha logrado volver a ser uno de aquellos niños y, vestido de nuevo con la ropa de domingo, descender el camino que le lleva a un resucitado Orfanato Nacional. Una vez dentro del -para muchos- triste y en horas siniestro recinto, se ha puesto sus pantalones cortos, su babi y sus sandalias de goma.

Tras muchos años, excesivos me atrevería a decir, internado en aquella institución, Alfonso ha dedicado y dedica su vida a la docencia. Primero como maestro de la antigua EGB y más tarde como profesor de educación física en secundaria. Aficionado a la escritura, ha ido componiendo en el tiempo una serie de relatos cortos, autobiográficos en su mayoría, que ha publicado periódicamente en su blog Retazos del Orfa durante los dos últimos años. De ésos relatos ha escogido los correspondientes a su etapa de párvulos y primaria para alumbrar su primer libro, “Los Olvidados del Orfa”, que será presentado oficialmente el próximo día 12 de abril en la Escuela de Música y Danza de Madrid, antigua sede del que fuera el Orfanato Nacional.

Los que tenemos el privilegio de poseer ya un ejemplar y haberlo leído estamos fascinados -no ya por la complicidad y el compañerismo, que también- al descubrir una lectura fácil, amena y límpida, sin pretenciosos arabescos literarios con los que a menudo nos regalan los escritores noveles. Tampoco -por más que algunos se empeñen- dentro de sus páginas hay explícitas denuncias, personajes dickensianos ni pústulas del alma que, al empezar a supurar, claman venganza por lo que nos tocó vivir. Sólo la mirada de un niño, de un chaval que nos cuenta su día a día de aquel lugar. Como cualquier niño en ocasiones, demasiadas, triste y melancólico. En otras alegre y excitado, pero siempre esperanzado en un giro vital que nunca llega ni con la ayuda de Dios ni con la del Capitán Trueno u otro héroe de la época.

El lector que no esté relacionado con el Orfanato Nacional y que ya gaste una edad verá similitudes con sus propias vivencias, sentirá la semejanza de juegos, tebeos, asignaturas y materiales escolares de aquellos tiempos. También recordará los atracones de religiosidad y de adoctrinamiento que para la mayoría, en especial los internos del Orfanato, no suplían ni de lejos las más elementales necesidades materiales. El lector joven podrá entender un poco mejor a sus mayores y ponderar los cambios, espero que para bien, que en materia educativa y social él ha podido disfrutar.

Supongo que serán más complejas las sensaciones de todo aquel que estuvo relacionado con la institución. Aflorarán recuerdos, buenos y malos, se sentirá identificado e incluso alguno se verá como uno más de los protagonistas del libro. Pero hay que recordar -y así lo hace el autor- que sólo son sus recuerdos y que no es la historia colectiva del centro ni ha sido nunca su pretensión. Esa historia está compuesta por los recuerdos de cada uno de los que pasamos por allí.

La historia total de aquello jamás se podrá escribir, como reflexiona en uno de los blogs dedicados al Orfanato que hay, nuestro amigo común y compañero J. Antonio Queipo:

“¿Quién está capacitado para escribir nuestra historia total? Me atrevo a decir que nadie, jamás de los jamases se escribirá. ¿Quién puede transmitir en un libro el dolor, el hambre, los sueños, las pesadillas, la persecución, las noches de castigos, los palos, los correctivos al sol? No se puede, pues en cada chaval había una intrínseca angustia, un daño irreparable y unas dolorosas e íntimas consecuencias. Eso no se puede escribir o transmitir y según van pasando los años cada vez menos, es imposible. Si alguien de nosotros escribe una historia y es buena, mejor no se puede hacer, pues pretender el todo es imposible”.

Seguramente esa sea una reflexión compartida por la mayoría de los antiguos alumnos del colegio. En definitiva cada una tendrá la suya.
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Me gustaría que los pocos que me leéis, si tenéis la oportunidad, asistierais al evento, pero sobre todo deseo que disfrutéis del libro.

domingo, 13 de febrero de 2011

PARO "BIBLIOLÓGICO".


Vale, me pongo a ello. Voy a ver si soy capaz de escribir cuatro letras, coherentes y apañaditas, con el fin de que no me cierren el blog por derribo y mis escasísimos seguidores dejen de asomarse por aquí hartos de ver siempre lo mismo.

Son casi dos meses sin poner nada, que no de inactividad. Tengo cosas por acabar. Comentarios sobre los últimos acontecimientos. Reflexiones sobre Túnez y Egipto y en general todos los últimos movimientos en el mundo árabe, pero, como al final llego a la conclusión de que a sus dictadores les ha despedido el jefe y no las movilizaciones, pues doy poco de sí. Rala es mi fe en las románticas revoluciones y menos cuando por medio andan Alá, Dios y el presidente de los Estados unidos.

También tengo empezada una suerte de chanza sobre los marquesados que os la endilgo aquí y una cosa que llevo hecha.

¡Qué bonitos los marquesados! España, cuando a su monarca le da por repartir títulos, se parece más a sí misma: dama vieja con traje nuevo y acentuadas arrugas históricas que la triste democracia no sabe planchar. Este año los galardonados son: dos ex ministros tardo franquistas, el seleccionador nacional de fútbol y Don Mario.

Don Aurelio Menéndez Menéndez, desde el día tres pasado Marqués de Ibias, fue Ministro de Educación y Ciencias y Premio Príncipe de Asturias; resaltan estos hitos entre otros muchos de su extenso curriculum. También fue Ministro, esta vez de Hacienda, el ahora Marqués de Villar Mir, aunque será más recordado por perder unas elecciones a presidente del Real Madrid.

Bonito, donde los haya, el Marquesado de Del Bosque. Don Vicente del Bosque tiene aspecto de hombre bonachón y formas de prudente y correcto hasta rozar el estoicismo. Raro es que manifieste malestar por las putadas recibidas, como cuando los ahora, otra vez, mandatarios del club donde desarrolló la mayor parte de su carrera deportiva, decidieron despacharle, un día después de conseguir el campeonato de liga, por falta de carisma e imagen acorde a los nuevos tiempos que requería la entidad. A partir de ahí, como si Dios existiera, ha alcanzado la mayor gloria del fútbol español al ganar el campeonato mundial de selecciones. Ahora es Marqués y lo serán sus sucesores. Si no fuera porque soy un republicanazo éste título me parecería un colofón de cuento de hadas.

Por último, pero no menos importante -ni más- Su Majestad, le ha otorgado el Marquesado de Vargas Llosa a Don Mario. Está de buen año el hombre que, según su esposa, sólo sirve para escribir. Cuánta razón lleva su santa, porque si algo hace, como los verdaderos ángeles, es escribir, pero ¡ay, cuando se sale de lo suyo! Don Mario está en racha, siempre lo ha estado, y, en poco tiempo, al Nobel ha añadido el nuevo título nobiliario; lástima que éste le ha llegado a destiempo y lo sabe. Estoy convencido de que a él, por la misma vía, la monárquica, le hubiese gustado ser Virrey del Perú. De haber nacido un par de siglos antes habría alcanzado lo que le negó las urnas. Se lo podría haber otorgado el Borbón de turno y así haberlo hecho inmensamente feliz. Quién sabe si pasearía su fina estampa en carruaje de caballos acompañado por su tía Julia o con su actual señora. Entonces, el ahora Marqués, podría haber dado rienda suelta a su liberalismo, tan incipiente entonces, como caduco ahora.

Hace años que no le leo, Don Mario, me quedé “En la guerra del fin del mundo” que en su día me prestó un admirador suyo. Me siguen diciendo que lo hace usted con mayor maestría si cabe, lo de escribir, se entiende. Usted sabrá perdonarme, Señor Marqués, pero ante tantos textos y tan poco tiempo, prefiero algún ejemplar de un perfecto idiota español o latinoamericano, avalados en su idiotez, por su hijo o por Montaner.

Total que, entre marquesados, revoluciones, navidades, cierres y aperturas contables, la ley antitabaco y demás, me he tomado una suerte de paro “bibliológico” en esto de escribir, que no en lo de pensar, que me sale solo y no siempre bien.

Además, está el cuerpo para pocas fiestas y el tono vital anda bajo. Más allá de alguna alegría doméstica, alguna reunión de amigos, de algún libro -sin la prosa del Marqués, pero con la imaginación de Millás o el humor de Eslava Galán- la vida sigue pasando como pasan las cosas que no tienen mucho sentido.

Espero retornos, más reuniones, más libros (sobre todo “el libro”) absoluciones por la vía culinaria, confeccionadas por mi mismo o por otros y culminadas en pareja o en grupo.

¡Menos mal que nos queda la gastronomía!

Del Atleti ni hablamos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

ARQUEO Y CIERRE ANUAL.

No me apetece acabar así el año bloguero. No puedo dejarlo con ese último post triste que se quejaba del mes de octubre. Noviembre y lo que llevamos de diciembre han sido la demostración permanente de que todo puede ser al menos igual de amargo y trágico. Me quejaba de ausencias y muertes y después han venido otras, cuyo culmen ha sido la del Maestro Morente. El Destino –así escrito, como si del dios caduco se tratara- se ha encargado de recordarme que en el plano íntimo, familiar y doméstico todo puede ir a peor. Así que mejor no tentar a la suerte.

El año 2.010, que está a punto de dejarnos, ha sido un año de consolidaciones. Se ha afirmado la crisis. Se ha instalado en nuestras vidas como un pariente molesto, como una cuñada agorera y polifacética. No proporciona ninguna alegría pero sirve para culparla de todos los males, ya sean sociales o personales, que nos acontecen e, incluso, de los que nos acontecerán. Fea y desgreñada siempre esta mentándonos a su hermano, al que ninguno tenemos el gusto de conocer en persona. Nos restriega su apostura, lo bien que le va en la vida, su forma de dirigir, de apropiarse de todo lo que toca. Toma decisiones importantísimas, dicta desde el precio de las hostias –en todas sus variantes- hasta lo que deben estudiar los jóvenes. No viaja, es omnipresente, y a donde su figura no alcanza, la miseria y las dictaduras campan a sus anchas. Se jacta la cuñada crisis, y no sin razón, del menosprecio de su hermano hacia las soberanías y por ende a las voluntades populares, e incluso ha llegado a confundir a su ilustre allegado con el propio Todopoderoso. No en balde, en cuanto puede, luce su raquítico músculo y clama con resolución, que el mercado, que así se llama el susodicho, es el mismísimo Dios.

Y encima 2.011 parece que se presenta débil y escuálido. Sus dos palotes lo delatan. No es que no tenga mucha fe en que la cuñada se vaya y su hermano se sacie, es que me da repelús y pavor pensar en todos los que se quedarán en la cuneta del camino hasta que eso ocurra. Mientras tanto no nos dejarán fumar en los bares, se seguirá echando a la gente de su trabajo con indemnizaciones de risa, nuestros políticos harán como que gobiernan, los sindicaos harán, bueno no creo que hagan nada, y estaremos entretenidos con los partidos del siglo que se juegan cada seis meses. A todo lo anterior le añadimos unas cuantas catástrofes naturales, algún óbito de postín, un par de bodas reales y ya tenemos el año completito.

Pero no todo es malo. Se acaba el año con una brisa fresca y limpia que nos viene de Argentina. No nos llegaban cosas tan buenas de allá desde la carne y el trigo de los cuarenta. Ahora nos deleitan con la condena al general Videla. En España los dictadores y genocidas mueren en la cama, de viejos, después de dejar todo atado y bien atado; sus herederos reinan y sus discípulos, disfrazados de demócratas de toda la vida, le tocan el culo a la antes mencionada cuñada y brindan por la larga vida de su hermano. En Argentina se condena al traidor, al sedicioso, al genocida ¡Qué envidia!

Pero me sigue saliendo un post quejicoso. Volviendo al 2.010, y a sus consolidaciones, no quiero olvidarme de la del Club de la Canica, variopinto colectivo cuyo único requisito, a priori, para pertenecer a él, es el haber estado relacionado de uno u otra forma con el Orfanato Nacional de El Pardo. Luego se dan otros condicionantes que no todo el mundo cumple y, aunque esté mal decirlo, sirven para salvaguardar la excelencia de tan irreverente club. Guiados por su Comandante, romántica y persistente vanguardia, y azuzados en retaguardia por el llamado “Mandamás” logran a duras penas mantener un par de minutos de seriedad. Lo dicho, el 2.010 ha consolidado a tan jubilosa, campante y jaranera hermandad. ¡Larga vida al Club!

También ha sido un año de reencuentros. Ver de nuevo a Falete y a Rosa, celebrando un entrañable cumpleaños de mi Cielo Puchi, junto al resto de la pandilla, ha sido algo inolvidable.

Esta visto que entre otras cosas soy quejicoso, inconformista, inadaptado, algo gruñón, eterno aspirante a transgresor, pero potentado y millonario de amistad y amor ¿Qué más se puede pedir?

Deseo que en el 2.011 se vuelvan a dar esas cosas. Tener a los míos cerquita, aunque sea con cuentagotas. Creer ciegamente que Shanghai es un barrio de Madrid y Linares su capital.

2.010, ahí te quedas. Podías haber sido mejor, pero seguramente también mucho peor.

P.D.- Además estuve en Cádiz y Granada muy bien acompañado.