-“Cariño ¿Por qué no te acercas a por un heladito a la nevera?”
-“Porque está muy lejos.”
-“Eso va a ser cierto.”
-“Sí.”
-“¡Joder que calor!”
-“Lo que tú digas, pero no te acerques que estás ardiendo.”
-“Vale. Me subo.”
Es verano y hace calor, es lo lógico. El cambio climático se nota más en otras estaciones, en verano lo normal es que haga calor, como siempre. Subir a escribir e intentar cumplir con el compromiso adquirido con uno mismo es un auténtico calvario. En el piso de arriba la temperatura excede, con respecto al de abajo, en más de cinco grados.
El blanco, del virtual papel que es la pantalla, da calor y el cojín donde reposan mis nalgas y parte de mis desnudas piernas tiene un tacto lijoso, una suerte de molicie caldosa. El resto de mí, físico y mental, aun se comunica con la reciente siesta.
Lo empezaré más tarde. Escribiré mejor con la fresca, sin tanta galbana.
Admiro la capacidad y autonomía de mi cuerpo para refrigerarse, se humedece con el sudor y en toda su extensión empieza una comezón aleatoria, un prurito incomodo producto de la canícula y de la voracidad de algún mosquito u otro insecto. Sin darme cuenta he encontrado una virtud a mi cuerpo. Sospecharía que estoy febril si no fuera porque es habitual, en este tiempo, esta sensación.
Es el verano. Todo se pospone, nada es urgente. A la tarde le quedan una hora formal y una prórroga más por la informalidad del impuntual anochecer. Hasta el sol dilata su retirada y sus puestas anaranjadas se hacen densas.
Otra vez la maldita sed reseca la boca y pareces solazarte con los chasquidos que producen la sociedad de la lengua con el árido paladar. Mi garganta hace prácticas con una inexistente saliva. Cualquiera baja a beber. Pienso en los escalones que me separan del oasis de la nevera. Son eternos. Decides gritar:
-“Nataaaa. ¿Me subes una botellita de agua?”
Se crea un silencio que por un momento te invita a la esperanza. Todo va despacio. Su contestación también:
-“¡Y tu culo un futbolín!”
Tanto colegio en Las Catalinas y no aprendió ni las misericordias ni nada. Dar de beber al sediento. ¿Refrescar al acalorado? No. No sé. Bueno, no me acuerdo. Viaje con billete de cercanías hasta el baño. El agua es menos fresca, pero abundante, trago y realizo lentas abluciones en honor del sudoroso, cornudo y cojo Hefesto.
Decides visitar los blogs de los amigos. Mónica cuenta que tiene visitas. Bien. Les irá estupendamente un poco de españolidad. Alguien que les transmita el calor del secarral madrileño. Mejor así, que si no se me van a achinar demasiado. Quizás les ponga mañana un comentario, aunque últimamente no se estiran nada. Quid pro quo. ¡Quid pro leches! Es tu niña y lo harás. Pero mañana. Allí el calor es húmedo, completo. Aquí la humead la ponemos nosotros o mejor dicho, nuestros cuerpos.
Continúo el periplo. En el siguiente sin novedad, Corra se quedó con Wally y los secundarios y extras de sus escenas. En el siguiente alguna apología de si mismo en forma de poema nada refrescante o muy cargante. El siguiente es el del “otro” y sigue desierto como la acera de mi calle.
Mejor me voy a ver al Maestro. ¡Coño, ya ha escrito! ¡Qué prolífico! ¡Qué refrescante! Habla de los días de lluvia de nuestra niñez, bueno, de su niñez, que fue en el mismo sitio que la mía pero en diferente tiempo. En su post recuerda el frío y la humedad de un recinto cerrado en los días de lluvia. En sus días de lluvia y niñez. Tengo que comentarle algo. Algo sobre mis días de lluvia y niñez, pero en un recinto abierto, cubierto pero abierto. A ver si mañana tengo tiempo. Bueno, tiempo tendré. A ver si mañana puedo hacerlo.
¡Joder qué calor! Dicen que en el Sur hace más calor. Pues vale. Pues me alegro. A mí no me importa que haga más calor en verano. A mí lo que me importa es que no haga frío ni en invierno y que haya luz, mucha luz. Y que el tiempo vaya despacito, sudoroso, húmedo, con la galbana que yo le presto.
-“Porque está muy lejos.”
-“Eso va a ser cierto.”
-“Sí.”
-“¡Joder que calor!”
-“Lo que tú digas, pero no te acerques que estás ardiendo.”
-“Vale. Me subo.”
Es verano y hace calor, es lo lógico. El cambio climático se nota más en otras estaciones, en verano lo normal es que haga calor, como siempre. Subir a escribir e intentar cumplir con el compromiso adquirido con uno mismo es un auténtico calvario. En el piso de arriba la temperatura excede, con respecto al de abajo, en más de cinco grados.
El blanco, del virtual papel que es la pantalla, da calor y el cojín donde reposan mis nalgas y parte de mis desnudas piernas tiene un tacto lijoso, una suerte de molicie caldosa. El resto de mí, físico y mental, aun se comunica con la reciente siesta.
Lo empezaré más tarde. Escribiré mejor con la fresca, sin tanta galbana.
Admiro la capacidad y autonomía de mi cuerpo para refrigerarse, se humedece con el sudor y en toda su extensión empieza una comezón aleatoria, un prurito incomodo producto de la canícula y de la voracidad de algún mosquito u otro insecto. Sin darme cuenta he encontrado una virtud a mi cuerpo. Sospecharía que estoy febril si no fuera porque es habitual, en este tiempo, esta sensación.
Es el verano. Todo se pospone, nada es urgente. A la tarde le quedan una hora formal y una prórroga más por la informalidad del impuntual anochecer. Hasta el sol dilata su retirada y sus puestas anaranjadas se hacen densas.
Otra vez la maldita sed reseca la boca y pareces solazarte con los chasquidos que producen la sociedad de la lengua con el árido paladar. Mi garganta hace prácticas con una inexistente saliva. Cualquiera baja a beber. Pienso en los escalones que me separan del oasis de la nevera. Son eternos. Decides gritar:
-“Nataaaa. ¿Me subes una botellita de agua?”
Se crea un silencio que por un momento te invita a la esperanza. Todo va despacio. Su contestación también:
-“¡Y tu culo un futbolín!”
Tanto colegio en Las Catalinas y no aprendió ni las misericordias ni nada. Dar de beber al sediento. ¿Refrescar al acalorado? No. No sé. Bueno, no me acuerdo. Viaje con billete de cercanías hasta el baño. El agua es menos fresca, pero abundante, trago y realizo lentas abluciones en honor del sudoroso, cornudo y cojo Hefesto.
Decides visitar los blogs de los amigos. Mónica cuenta que tiene visitas. Bien. Les irá estupendamente un poco de españolidad. Alguien que les transmita el calor del secarral madrileño. Mejor así, que si no se me van a achinar demasiado. Quizás les ponga mañana un comentario, aunque últimamente no se estiran nada. Quid pro quo. ¡Quid pro leches! Es tu niña y lo harás. Pero mañana. Allí el calor es húmedo, completo. Aquí la humead la ponemos nosotros o mejor dicho, nuestros cuerpos.
Continúo el periplo. En el siguiente sin novedad, Corra se quedó con Wally y los secundarios y extras de sus escenas. En el siguiente alguna apología de si mismo en forma de poema nada refrescante o muy cargante. El siguiente es el del “otro” y sigue desierto como la acera de mi calle.
Mejor me voy a ver al Maestro. ¡Coño, ya ha escrito! ¡Qué prolífico! ¡Qué refrescante! Habla de los días de lluvia de nuestra niñez, bueno, de su niñez, que fue en el mismo sitio que la mía pero en diferente tiempo. En su post recuerda el frío y la humedad de un recinto cerrado en los días de lluvia. En sus días de lluvia y niñez. Tengo que comentarle algo. Algo sobre mis días de lluvia y niñez, pero en un recinto abierto, cubierto pero abierto. A ver si mañana tengo tiempo. Bueno, tiempo tendré. A ver si mañana puedo hacerlo.
¡Joder qué calor! Dicen que en el Sur hace más calor. Pues vale. Pues me alegro. A mí no me importa que haga más calor en verano. A mí lo que me importa es que no haga frío ni en invierno y que haya luz, mucha luz. Y que el tiempo vaya despacito, sudoroso, húmedo, con la galbana que yo le presto.
3 comentarios:
La inspiración viene con el trabajo, ¿a qué sí?
Me alegra ver tus escritos. Eres el cronista de esta època: ácido, corrosivo, sutil...
Da pereza ponerse, pero se ejercitan las neuronas y se libera la tensión del espíritu.
Ese papel en blanco que es la pantalla se va cubriendo lentamente con tus frutos, tus pensamientos, tus recuerdos, tus historias (imaginadas o no); y, de alguna manera, hace que te sientas bien, que te sientas más vivo.
¡Ya estás escribiendo a Mónica "Kareka"!
Ella te lo agradecerá. ¡Qué está muy lejos, cojones, Quirós!
Un abrazo
... sólo te dejaré a modo de comentario una palabra que intensifica, no tanto por malsonante sino por lo que trae consigo, el malestar que produce dejar las cosas para mañana: PROCRASTINAR.
Es un vocablo feo de cojones pero nos define a la perfección a aquellos que no aprendimos como nuestro lo del "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".
Yo soy una procrastinadora compulsiva (si existe ese transtorno seguro que yo lo padezco). Incluso tengo a tal efecto notitas en mi zona de trabajo. "NO PROCRASTINAR".
Ah! Enhorabuena por tu primer puesto, poderosa memoria.- "La retentiva es el sello de la capacidad".(Baltasar Gracián)
Saludos.-
Estimado Sir Lawrence:
Al final siempre me rindo a Kureka, que es mi Sigfrid particular, sin sosería, o mi Dulcinea real. Ella es la que no escribe, pero por culpa de las visicitudes orientales y los bloqueos de por allí.
Aprovecho para presentarle a otra Mónica que viene a enriquecer mi "casa", tras enriquecer mi vida. Ella no cuece la existencia de nadie, sino que la enriquece.
Gracias a los dos por pasaros por aquí.
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