martes, 8 de diciembre de 2009

MEMORIA MUERTA.


Ya dentro del Metro intuyó que la ciudad que crecía en la superficie poco o nada tenía que ver con la que dejó precipitadamente hacía más de treinta años. El vagón que lo llevaba hacia el barrio, su barrio, era moderno, con asientos corridos y medio tapizados. En las paredes propaganda invitando a la lectura, paneles de información sobre todas las estaciones de la línea y en el fondo que comunica con la cabina del conductor ya no había un empleado de la compañía para abrir y cerrar las puertas para que subieran y se apearan los viajeros en cada parada. Al entrar y salir cuidado de no introducir el pie entre el coche y el andén.

Las estaciones le parecieron más luminosas y limpias, en el suelo la piedra sustituía con más pulcritud a los cuadradillos de cemento y bajo los andenes, en las vías, ya no estaban las trampas de veneno para ratas.


Mira, mi tío me ha dado un talego por mi cumpleaños.
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Llegó a la estación de su barrio, el trayecto se le antojó más corto y enseguida reconoció el ahora inútil andén central y el escudo del colegio de ingenieros que corona el frontal. Observó la obra, ahora ociosa, y recordó las improvisadas taquillas que en otro tiempo franqueaban el viaje en el suburbano. Por una peseta más podías llegar hasta la Casa de Campo o a la mismísima Plaza de España.

Con la cantidad de escaleras que subo y bajo al cabo del día, pero siempre me he acordado de vosotras, pensó mientras ascendía contra la eterna corriente de un aire frío y enfadado, que abate las puertas de acceso a una plaza que no es plaza, sino glorieta, a un cruce de calles que le llevaban sin remedio al pasado.

¡Vamos a pillar, no seas cagao!

Miró con asombro que del viejo hospital sólo quedaba la vieja fachada y comprobó que aunque detrás había sido construido un titánico edificio, moderno, el reloj de la torre de la vieja entrada seguía sin funcionar. A su espalda quedaba la calle con nombre de general carabanchelero, a su derecha la de la Oca y de frente la Vía Carpetana que un día se llamó Avenida de las Ánimas.

Pillamos medio talego y luego te echo un billar, invito yo ¿vale?

Enfiló la calle, se acordó del Sanz, “el cine las pipas” lo llamaban, así, sin preposición. La tapia del hospital había sido sustituida por una valla enrejada que permitía ver sin el pudor de antaño su interior y había desaparecido la carretera que un día la bordeara. Como un monstruo en expansión el hospital se había engullido la explanada de los coches de choque, las casas bajas y las galgueras con sus famélicos perros que, en alguna ocasión, ganaban carreras y unos pocos duros para arreglar las estrechas economías de sus dueños.

La papelería del Chivo, aquel sicalíptico de poca monta, tampoco existía, ni el Juyomar, ni el Castor. Todo había sido sustituido por nuevos bares cuyos nombres desconocía, por comercios regentados por chinos, sudamericanos y otras gentes foráneas. Como foráneo soy yo cada vez que tocamos puerto.

Se lo pillamos al Tarros en el Alcarreño, que conoce a mi primo y no nos va a dar Jujana.

Los billares del García ahora eran una inmobiliaria y el Santos ya no vendía oreja, era un local de comida rápida turca. No existía ya el guarro gallego, que servía las cañas más baratas ni detrás de la barra estaba aquel hijo suyo, como alelado, con coloretes en los carrillos y gafas de culo de vaso. Ni el Sagrarito ni el Onoso ni las terrazas de La Paloma y La Piluca.

No lo os fuméis todo que os quedáis tolilis ¡qué es goma pura!

Los cines Kursal y Canadá eran ahora un supermercado de patente alemana y un pomposo salón de bodas y en la acera de enfrente, donde antaño el cura Gabi luchaba contra los molinos de la droga, habían construido un pequeño parque donde jugaban enanos multicolores.

Tío, no mires p’atrás, pero creo que nos sigue el Gargajos.

El Costa Verde permanecía allí, con su larga barra y sus cristaleras. No le acompañaba ya los otros billares y su terraza, donde un día se encontró el mechero plateado, ahora estaba montada pero vacía. Miró aquellas esquinas, donde empieza Marcelino Castillo y no encontró ninguna flor que recordara al Gargajos.

¡Dadme todo lo que lleváis, pringaos! ¡Vamos, el tate también!

Primero oyó el silbido para dentro, luego vio la navaja disimulada y pegada a la pierna, olió el tufo de alcohol y de descuido. No cantaban Los Chichos ni Las Grecas, sólo un rumor lejano de tragaperras y un coro de claxon le devolvieron a la realidad.

¡Manda cojones Gargajos, ya estabas muerto antes de que cayésemos al suelo! ¡Ya eras un puto fantasma antes de que apareciera tu navaja creciéndote del pecho!

Miró el reloj. Si apretaba el paso llegaría a tiempo de coger el siguiente tren hasta el puerto y aunque quedaban varios días para zarpar sintió que aquel barco era su casa.

Pensó en visitar la tumba del Gargajos, pero no sabía donde estaba enterrado y en su barrio lo único que no había cambiado era que siempre había habido demasiados cementerios. Le vinieron a la memoria otros nombres y otros lugares de su infancia, de su adolescencia y juventud, pero sintió de repente un terrible cansancio de más de treinta años y comprendió que no tenía ya alma para más decepciones. Volvió por el mismo camino, se despidió con un hasta nunca y supo que, como el Gargajos, el barrio que conoció había muerto y que el chaval que él fue también.

¡Va, vaya putada! Escríbeme si puedes, ya les cuento yo a los colegas, ¿vale?

Sintió la fría corriente a su espalda y la inercia de su triste historia que aceleraba su paso al bajar las escaleras.

9 comentarios:

femom_m1961 (Miguel) dijo...

Hola Nacho ,después de volver a leer,este post, intuyo que hablas y expresas algo pasado, el qué y como fue,el barrio de aquella nuestra infancia y aun perdurando sus recuerdos, a la vez ya tan lejana,¡Si! el barrio está cambiado, mis recuerdos son vagos, lo recorrí, sus calles, sus locales,sus parques cementerios, en aquellos años con los amigos y allegados,pero me sentía un extraño como tantos,algunos siguen por aquí y otros ya se fueron. ¡Que tiempos aquellos pasados! ya para mí cerca de cuatro décadas, he vuelto al barrio,¡todo cambiado!pero siguen ahí, sus cementerios y algun que otro recuerdo, recuerdos guardados.
Buena memoria la tuya carabanchelero.
un abrazo y salud compañero.

Kureka dijo...

Carabanchel desde mi ventana aparece cambiado también. Pero siempre se puede buscar lo que es diferente o lo que es igual, quizá sea porque mi infancia queda más cerca, pero ahi siguen las palmeras del horno, los curas malos, la calle del local..Por cierto, hay quien me pregunta si el Gargajos es ficción como "El cadenas" o realidad como tantos otros "El.."

Sir Lawrence dijo...

Mecano y Sabina, ambos juntos en la letra y en la música de tu escrito. La resaca del tiempo nos agarra las tripas y nos las retuerce.
La vuelta al barrio en busca de recuerdos in situ, nos descorazona. Todo cambia, todo se mueve, todo fluye...
Brillos mortales despuntan al alba y el Gargajos tendido en la puta acera (con ese nombre no podía acabar de otra manera)
Adáptate o muere. La vida es así.
La pena es que los trenes que se van, no vuelven nunca.
Muy bueno.
Un abrazo

Nacho M. dijo...

Hola Miguel:

Gracias por ser el primero y venir al rescate. Que zozobra más rara experimento cuando escribo y no recibo ni siquiera una señal. Los tres sabéis lo que es pues los tres tenéis un blog.

Sí Miguel, muchos cementerios, de Norte a Sur están La Sacramental de San Justo Pastor, La Sacramental de San Isidro, La Sacramental de San Lorenzo y San José, La Sacramental de Santa María y al lado el coqueto y recoleto Cementerio de los Ingleses, que sirve y sirvió para dar sepultura a los anglos sajones y a otros de creencias no católica cuando en este país el monopolio de la muerte se lo repartía el generalito y la iglesia.

Más hacia el Sur nos encontramos con el cementerio de Carabanchel, donde reposan los restos de Muñoz Grandes y otros monumentos a tener en cuenta como el de los soldados franceses caídos en España durante la Gran Guerra a causa de un accidente aéreo (te hablo de memoria) y remata el funesto periplo la gran necrópolis que es el ahora llamado Cementerio Sur, que nosotros siempre llamamos de Carabanchel Alto, donde están enterrados mi padre y Salva, a título de ejemplo. Estoy casi convencido de que al final me olvido de alguno.

Koki, ya te he explicado en quién está basado El Gargajos, demasiados como él pulularon por mi barrio en aquel tiempo. Todo es ficticio y sin embargo todo transcurre en un Carabanchel de verdad. Estoy contigo en que aun se conservan cosas, las menos, y que algunas de ellas son tan desagradables como los curas malos que, tras la marcha de Gabi a la parroquia de Caño roto, han perseguido con mayor o menor ahínco al Grupo.

Maestro, no le había yo encontrado la conexión con Mecano. Y con Sabina, que siempre va conmigo, tampoco. Eso me da pie a hacer algún post con aquello que Vázquez Montalbán definió como nuestra educación sentimental. En cualquier caso han salido casi hermanos tu post y el mío con las pasadas que la memoria nos da.

A los tres muchísimas gracias y espero escribir algo para cerrar el año.

Moñi dijo...

Compañero, yo del barrio en sí recuerdo poco, mis andanzas iban del metro de Oporto a General Ricardos 165, o como mucho del autobús que iba a la Plaza de Benavente. Después de 40 años, una tarde de noviembre-2008, volví, por el mismo sitio y sabiendo que el trayecto es como mucho mil metros, te aseguro que tardé más de una hora, me faltaba el aliento, profundas sensaciones, todavía quedaban pequeños detalles y los que no había los saqué de mi mente. Al salir del metro, respiré profundamente sin saber donde me encontraba, personas de otras latitudes llenaban los bancos donde en mis tiempos había unos coches de choque, el campo de futbol del Puerta Bonita, donde jugábamos contra los compañeros de Auxilio Social, estaba igual, lo vi por las rendijas, entre los feos cartelones de publicidad que siempre han estado allí, crucé dos o tres veces de acera para no perder detalle, ya no había adoquines ni raíles de tranvía, ahora un carril bici, me metí en un bar que hay enfrente del 165, aunque no tenía ganas de nada, solo por observar, primera decepción, salí y me fui a dar la “vuelta al ruedo”, la Chata no estaba, en su lugar.., El corte Inglés, ¿es normal?, no, el Carabanchel de mis sueños era otro, más auténtico, lo mismo es que perdí el tranvía hace 40 años en los que la transformación sería muy grande, como en todo Madrid, como todo el Madrid periférico, el que me identifica y con el que me identifico.
Te leemos y la falta de tiempo…, o es que son tan buenos tus escritos que parece una “chorrada” ensuciarlos.

Saludos compañero

Nacho M. dijo...

Hola Marcos:

Gracias y perdona por el retraso en contestarte. La transformación de nuestros recuerdos, de los buenos y de los malos, es la constatación de que el tiempo pasa, a veces eso supone un rapto de melancolía. Pero gracias a que ese tiempo pasa también podemos apreciar la extinción de algunas cosas malas, que cada uno rememore las que haya vivido para contrarestar la melancolía.

Un abrazote y salud.

BARCENIA dijo...

MUY BIEN HERMOSO. SIGUE ASI.
BESUCOS

Kike Torres dijo...

Nacho Muriel que ha transitado caminos de muy diferente superficie, que ha observado la vida desde lugares tan diversos, desde edades tan variables, con miradas tan distintas... abre su ventana y grita para decir ¡Hola! ¿alguien por ahí? Te escuchamos amigo, remueve tus ideas y ofrécenos ese cóctel que tú sabes hacer. Declarado fan, aquí estoy y ya dejaremos caer algún ingrediente... Muchos besos... Kike

Nacho M. dijo...

Gracias Kike, gracias por estar aquí ¡Cómo se engrandece todo, y este sitio también, con tu presencia!