sábado, 22 de mayo de 2010

SIN PALABRAS


Nadie recuerda ni el cuándo ni el por qué de aquella determinación que tomó mi tío Ricardo. Que en ocasiones le gustara llamar la atención no le convertía en un extravagante y que su carácter fuese variable, ciclotímico decía mi primo Eloy, el médico, no era suficiente razón para que de la noche a la mañana dejase de hablar.

Dicen que todo fue a raíz de que le abandonase mi tía Asun, pero eso no es cierto. Recuerdo que siendo chaval acompañé en varias ocasiones a mi madre a casa de mis tíos. Ellos seguían viviendo juntos y mi tío Ricardo ya llevaba tiempo con su pertinaz mutismo. La pobre tía Asun, su mujer desde hacía más de dos décadas, siempre se desahogaba con mi madre y yo era testigo de sus confidencias: “Mira que tu hermano siempre ha sido muy suyo” -clamaba con voz queda y los ojos acuosos- “pero desde que no habla no hay Dios que le entienda”.

Al final mi tía Asun, cansada de aquello en particular, o de su vulgar existencia en general, le abandonó o se fugó, como se decía por entonces, con un feriante. Éste hacía fortuna con una tómbola, en la que auxiliado con un altavoz, gritaba a los cuatro vientos de los pueblos de La Mancha y Extremadura, los encantos de la muñeca Chochona. Nunca volvimos a saber más de ella.

A mi madre le angustiaba la actitud de su hermano. Un día intentó convencer a Eloy, por entonces estudiante de medicina, para que hablase con mi tío y fuesen juntos al médico. Mi madre albergaba la esperanza de que éste hubiese dejado de hablar por problemas físicos, por una afonía o un deterioro irreparable de las cuerdas vocales. Eloy declinó de inmediato, pues ambas cosas se le antojaban inciertas, ya que mi tío era capaz de reproducir sonidos onomatopéyicos tales como risitas, para manifestar burla, o gruñidos cuando algo le molestaba.

El tío Ricardo se había ganado la vida siempre como comerciante. Su último empleo fue de vendedor en un concesionario de autos alemanes de los llamados de alta gama. Cuando entraba un potencial cliente sólo le daba la mano y respondía a sus preguntas con muecas y gestos. Había alcanzado un método de comunicación bastante sólido basado en el levantamiento de cejas, el lenguaje manual y el encogimiento de hombros. Cuando las demandas del cliente se hacían ya imposibles de atender por ese procedimiento, su compañero, el bueno de Santiago, como le denomina mi madre, se encargaba de rematar las explicaciones técnicas o la posible venta.

Evidentemente la situación no duró mucho y a pesar de las apelaciones de Santiago sobre el abandono de mi tía Asun y otros problemas, inventados o exagerados, que acuciaban a mi tío, los dueños del concesionario decidieron despedirle.

Cuando llegaron al acto de conciliación mi tío negó con la cabeza todo lo que el representante legal de la empresa alegaba para su despido, así que pasaron a la siguiente instancia. Más tarde, en el juicio, a las preguntas del juez, se encogió de hombros y acto seguido agachó la cabeza. El juez decretó el despido como improcedente, manifestando a las partes que el trabajador sólo era asaz prudente y de carácter sumiso. Entre la indemnización, el desempleo y los posteriores subsidios logró a duras penas llegar a la jubilación. Lo cierto es que, de una manera silenciosa, eso sí, no dio un palo al agua en los últimos treinta años de su vida.

Mi madre se encargaba de él, yendo un par de veces por semana a su casa. De esta manera sabía cual era su estado, ya que unas de las primeras consecuencias de la separación de mi tía fue que mi tío dio de baja el servicio de telefonía (lo hizo por escrito, como es de imaginar). También se aseguraba de que tuviera una existencia decorosa, pobre pero limpia.

Isidro, el peluquero del barrio y amigo del tío Ricardo se sentía responsable, en cierta manera, de que mi tío no pronunciara palabra. Me contó que en una ocasión le relató una anécdota atribuida a Manolete. Estaban los dos en el bar, después de cerrar el establecimiento (siempre denomina así a aquella barbería pequeña y vetusta que regentaba) cuando le empezó a hablar del matador cordobés, del que era un fiel devoto: “Mira, se cuenta que le gustaba tirarse días y días sin hablar y que un día su mozo de espadas le comentó lo a gusto que se estaba en silencio ¿sabes qué le contestó?” Mi tío, al parecer, negó con la cabeza. Isidro recuerda ese detalle como un preámbulo de lo que vendría después, como una premonición que no supo descifrar a tiempo. “Pues el matador le dijo”, y ponía una voz grave mientra imitaba el acento andaluz, “mejor se está callao”. ¡En buena hora le conté yo nada! Se quejaba amargamente el pobre Isidro.

También recuerdo la primera ocasión en que, como mi madre andaba algo pachucha, me acompañó Luis a llevarle algunas mudas limpias. Yo ya le había comentado a mi amigo como vivía mi tío Ricardo y cuales eran sus rarezas, así que no puso objeción alguna a venir conmigo, esos sí, a cambio de que yo pagara los viajes en metro. En el rato que estuvimos en su casa Luis no paró de hablar. Se estrecharon la mano después de que hiciera las presentaciones y automáticamente, tras de un gesto con la barbilla de mi tío, mi amigo empezó a departir con él – es un decir- de fútbol y de toros, pasando por la guerra civil y por supuesto las mujeres. Estoy seguro que el porro que nos fumamos en el camino que iba de la salida del metro hasta su casa ayudó, pero el caso es que yo asistí, atónito y colocado, a un espectáculo, surrealista, entre un mimo y un charlatán. Al verbo imparable de Luis mi tío Ricardo contestaba con su mejor repertorio de arqueo de cejas, encogimiento de hombros y aspavientos con las manos, acompañados en ocasiones por carcajadas e incluso algún suspiro, cuando su interlocutor mencionó a Manolete.

Podría contar mucho más sobre el tío Ricardo, pero hoy me embarga la emoción y la tristeza. Hace unos días sufrió un paro cardiaco y no sabemos si hubiera podido avisar a alguien. Lo que si sabemos es que nunca lo hubiera hecho.

Hemos asistido pocos a su entierro: mi madre, mi primo Eloy y sus padres, es decir, mis otros tíos, Isidro, que se ha venido desde Torrevieja donde vive desde que cerró el establecimiento y se jubiló, el bueno de Santiago y su actual esposa, a la que mi madre ha encontrado demasiado joven y descocada con esa minifalda impropia de un entierro, Luis y yo.

Justo cuando los enterradores cerraban la tapa del nicho, justo cuando todos nos mirábamos sin saber qué hacer, justo en ese momento, del cielo, gris y tristón, ha irrumpido en un sonoro trueno que advertía de la tormenta que iba a caer al poco tiempo y que nos calaría antes de alcanzar los coches. En ese momento mi madre ha elevado los ojos y ha dicho con gesto de hastío: “¡Qué sí, Ricardo, qué sí!”

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, simplemente genial!!!! Cómo se nota lo familiar que eres y el buen recuerdo que tienes de TÚ familia. Muchos besos

Anónimo dijo...

He llorado de risa y emoción.Cuanta humanidad en este genial relato!

Moñi dijo...

Hubo muchas personas como tu tío, existió una época en que ni se podía ni se debía, incluso ni se sabía. Era una forma de ser “feliz” y seguro que tu pariente no era tonto.

Saludos compañero

Kureka dijo...

Supongo que si digo que me has dejado sin palabras, será una broma facilona, pero no puedo evitarlo :P Cada vez mejor padre y de alguna manera me da la impresión de haber vivido lo del entierro, de que la tormenta era de verano..Muacs.

SIR LAWRENCE dijo...

Me recuerda tu tío Ricardo a mi tío Eugenio.
Mi tio "Ungenio" se tuvo que jubilar con cuarenta años debido a una enfermedad coronaria y poblemas respiratorios, pero se entretenía haciendo chapuzas en casas ajenas: ponía "milillas" -de las llamadas ojos de pez- en las puertas de cualquiera de los vecino de la finca donde vivía. Su fama se corrió de boca en boca y acabó haciéndolo a medio barrio...
Aunque, en contraposición a tu tío Ricardo, dada su alternancia con esta multitud de personas, acabó hablando de todos y de todos, hasta por los codos. Sin saber siquiera leer, de todo sabía y de todo opinaba. ¡Todo un trago escuchar sus disquisiciones y peroratas!
A veces los silencios se echan de menos.
Buen relato, como siempre.
Un abrazo y hasta pronto

QUEIPO dijo...

Nacho hola
Yo te diria que tu tio era muy inteligente, ya que por mucho hablar , tampoco consigues mucho y el que representa sumiso es aparado al machacon o al que siempre habla es el puto de mira para darles hostias, fantastico tu tio, supo manipular sus sentimientos con la mimica eso es ser un verdadero artitas, transmitir con gestos a otras personas los que quiere uno es propiedad del inteligente sin hablar al final consigue mas que los que nos pasamos la vida hablando, fantastico relato lleno de vida SIGUE ASI

Marce dijo...

Supongo que tendría sus razones para no hablar, ejerciendo su libertad.
Yo le prefiero a los de "Tolosa", osea, "tolo saben", esos si son insoportables.
Un abrazo GRANDE, nos vemos pronto.

Nacho M. dijo...

Gracias a tod@s:

Anónim@s, cuanto me hubiera gustado saber quién sois con el fin de poder contabilizaros, poneros cara, entre los que perdéis el tiempo en leerme. Otra vez será. Gracias.

Marcos, tan puntual como siempre. A ti, a Pipo y a Luis, que hace alguna referencia en el otro blog que es nuestra casa, deciros que en parte os doy la razón, pero yo me quedo con la palabra. No sé si el tío del narrador de mi relato era más o menos listo, o si estuvo acertado en su decisión, pero al parecer logró hastiar a las mujeres que le rodeaban, cansó a su otro sobrino, entristeció a su amigo, agobió a su compañero y solamente divirtió a un visitante ocasional y drogado. Definitivamente me quedo con la palabra, aunque respeto, y mucho, a todos los tíos Ricardos que pueda haber en el mundo. A los tres gracias.

Sir, es posible que tu tío Eugenio fuera de Tolosa. Es posible que algún día se cruzara con el pobre Bello y le abrasara la oreja con su sapiencia. Todo es posible. Ciertamente unas dosis de silencio se agradecen. A los dos os doy las gracias y espero vernos pronto.

Kureka, mi amor, tú siempre estás, incluso en los entierros de una tormentosa tarde de verano.

Ya llevo un año con el blog, cómo pasa el tiempo, y como parece que os gusta seguiré escribiéndoos algo de vez en cuando.

A tod@s, de nuevo, muchas gracias.

P.D.- No diréis que no soy educado y agradecido.

Anónimo dijo...

Sencillamente GENIAL. Ole mi Chache.
Bss.

J.M. Quesada dijo...

Hola Nacho.
Ya puedes preparar el siguiente relato, que viene Quesada, el tardón.
No solo es que nos guste, ya pasa a ser un regalo literario, al que no queremos renunciar.
Haciendo caso a mi difunto primo Blas, procuro acercarme a quien me pueda enseñar algo. Y te aseguro que a mí me sirven de algo más que de entretenimiento.
Tú sigue con tus relatos, al menos hasta que yo aprenda.
Te aseguro que es un placer leerte.
Al igual que tú y Blas de Otero, me queda la palabra y quiero seguir usándola.
A tu madre, un merecido premio a la paciencia para con su silencioso hermano.
A ti, una vez más, mi agradecimiento. Hasta el próximo.

Nacho M. dijo...

Chache, gracias. Ya te he comentado por otros madios. Un abrazo.

Juanma, gracias a ti también.Es cierto que cuando llega tu comentario empiezo a cavilar, así que ya estoy preparando el siguiente. Sé que éste lo has hecho dolorido por tu paso por talleres, por lo que el agradecimiento es doble.

Un abrazo grande.